Hay una melancolía de la cual es
imposible desprenderse una vez que dejamos de ser niños o al
comprender que, en algún momento, moriremos.
Algunos intentan disfrazar esa pena con
religiones que los haga eternos. Otros, con opulentas vidas de
excesos u otros, con amnesias autoinducidas que, en realidad, nunca
consiguen su efecto.
Saber que vamos a morir es saber que
estamos vivos.
Negar esa realidad, no tomar conciencia
de ello, es negarse a vivir... Se acaba sólo sobreviviendo. Acabas
siendo esclavo de tus propias penas y miedos y te dejas lo mejor, el Centro de la Sandía.
Ese centro rojo como la sangre
arterial, rojo sangre de verdad, dulce y jugoso que, aunque sabes que
se terminará, precisamente eso hace que lo disfrutes y saborees
más...
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