domingo, 10 de mayo de 2015

LA RESACA Y EL RELOJ

La habitación apestaba a alcohol barato. Se levantó con los ojos hinchados y la boca más seca que una fábrica de cemento. Sentía que la cabeza iba a explotarle y tenía las mismas ganas de vomitar que siempre. No había nada nuevo.

—¡Puta resaca! No volveré a beber —pensó.

Pensaba lo mismo demasiado a menudo.
Abrió el grifo, se mojó la cara y dio un trago de agua para quitarse el mal sabor de boca, pero era demasiado mal sabor para un mísero trago de agua. Se miró al espejo mientras le goteaba la cara y se dijo a sí mismo:

—Ésta es la vida que elegiste. Eres una mierda humana, no lo olvides.

Fue a la nevera y cogió una cerveza. Se sentó en el sillón sobado y cochambroso y se encendió un cigarro. Abrió la cerveza y se quedó mirando fijamente el viejo reloj de bolas que trajo su abuelo del pueblo. Era un trasto más viejo que el mismo tiempo que marcaba y olía a rancio, a cerrado. Cuando su abuelo lo trajo, al emigrar a finales de los 50, el reloj ya era una auténtica reliquia.
Muchas veces se quedaba mirándolo y, en silencio, observaba como se iban moviendo las manecillas. Se decía a sí mismo que si en aquel momento muriera, sabría a qué hora exacta estaría terminando su penosa existencia. Se preguntaba si también su bisabuelo habría muerto, en su tierra, mirando el condenado reloj, si habría estirado la pata viendo moverse el péndulo mientras se terminaba su asqueo. Le gustaba pensar ese tipo de cosas, lo abstraían y se le pasaban un poco las ganas de vomitar que le producía casi todo.

Estaba dando un trago a la cerveza cuando llamaron a la puerta. Se levantó a abrir en calzoncillos.

¡Hola, matao! —saludó Rafa.

No le contestó. Ni siquiera lo miró. Volvió al asqueroso sofá con su cerveza y siguió con la mirada fija en el reloj. Le resultaba más interesante y menos mugriento que Rafa.
Rafa era su compadre desde el instituto. Era un gordo apestoso y muy cabrón con las personas, un asocial de ésos. Llevaba el pelo y la barba muy largos y desaliñados. Una vez, en una fiesta en un solar, le encontraron una colonia de cucarahas entre las melenas. Era muy guarro. No le gustaba ducharse y hacía más de veinte años que no se lavaba los dientes, más o menos desde que volvió de la mili, y sólo se los lavó porque se echó una novia que le duró una semana, después no se los volvió a lavar nunca más. Había fracasado en todo lo que se había propuesto, que nunca había sido nada digno ni que mereciera la pena en su impresentable vida, y era experto en destrozar cualquier cosa, animal o persona a la que se acercara. Era un auténtico miserable.

Rafa venía de la cocina con una cerveza, se movía por aquella casa como si fuera su propia pocilga. Se sentó en una silla y miró a Gero.

—¿Ya estás con el puto reloj? ¿Piensas estar todo el día así? —preguntó Rafa sin obtener respuesta Si quieres, a en punto, te mato a patadas en la boca y puedes ver a qué hora exacta mueres como un perro —rió como hiena carroñera.

Gero siguió ignorándolo como el que ignora una mierda de perro en un descampado.

—¡Venga, matao, anímate! Tengo una lista de comercios que inauguran hoy en la ciudad. Ya sabes qué significa eso, ¡priva y canapés pijos gratis! —exclamó Rafa entusiasmado como el que tiene información privilegiada para invertir en bolsa.
—Yo no voy respondió Gero—. Siempre es la misma mierda y acabamos a hostias con cualquiera que, según tú, te quita el canapé que ya habías elegido. Eres un puto cromañón. ¡Ve tú!
—Al menos no me paso la vida mirando un jodido reloj —dijo Rafa con cierto tono de reproche—. Además, la gente es así, ya lo sabes. La gente es mala por naturaleza. Esperan a que otro quiera algo para robárselo delante de sus narices. ¡La gente está podrida!

Rafa se levantó y dijo que iba a dar cuerda al reloj.

—¡No se te ocurra tocarlo, puto gordo —gritó Gero—, o te reviento! Voy a dejar que se pare.
—Tranquilo, no toco tu mierda de reloj, enfermo mental. ¡Ojalá se lo coma la carcoma!  respondió Rafa con desprecio.
Más te vale no tocarlo.

Se miraron unos segundos y Rafa volvió a mostrar su asquerosa risa de hiena.

Me voy dijo Rafa. Y tú harás lo mismo porque la cerveza que me he bebido era la última.

Sabía que esos argumentos eran irrefutables en el mundo al que pertenecían los dos y convenció a Gero sin demasiado esfuerzo.
Bajaban por la escalera cuando se abrió una puerta en el tercero y salió el presidente de la comunidad.

Disculpe, señor Gerónimo, le quería comentar que debe usted ocho meses de los gastos comunitarios, ¿cuándo va usted a abonar esa cantidad? 
¡Cómeme el culo, subnormal!
¡Oh, Dios mío! exclamó el presidente totalmente escandalizado Pues lo llevaremos a juicio, señor Gerónimo.

A todo esto, Rafa se había bajado los pantalones y los calzoncillos, siempre marcados con el zarpazo del Diablo, e inclinado hacia delante y abriéndose las nalgas, gordas y blancas, con sus dos blancas y morcillonas manos a juego, le mostraba el ojete sucio y peludo al presidente de la comunidad.

¡Tú, inútil, méteme la lengua aquí y haz algo realmente bueno por los vecinos! le gritó Rafa entre risotadas energúmenas.

El presidente entró en su casa tan apresurado como horrorizado. Se le erizó hasta el bigote de la indignación que le provocó tan bochornoso espectáculo. Se conoce que horas después estaría pajeándose salvajemente pensando en el ojete apestoso de Rafa, encerrado en el cuarto de baño, mientras su recatada y beata esposa le preguntaba, a través de la puerta, si se encontraba bien. La gente que parece más decente siempre es así.

Recorrieron toda la lista de Rafa y, como Gero esperaba, Rafa acabó a hostias en el tercer local, una inauguración de una tienda moderna y pija que vendía mil clases de té pijo. Unos hipsters se habían comido el último canapé de salmón con alcaparras y orégano y se ve que se le había antojado a Rafa, que llevaba rato observando y esperando a que cogieran el último para poder liarla parda. Gero no movió un dedo para ayudarlo, siguió bebiendo todo el alcohol gratis que pudo conseguir, no tenía un céntimo y tarde o temprano tendría que dormir. Pensaba en el reloj. Pensaba en dormir mirándolo y no volver a despertar. Pensaba en que la vida era una mierda. Pensaba en que era un puto cobarde y que no se atrevería jamás.

A las seis de la tarde ya iban bastante borrachos. Caminaban por la ciudad, antipática y gris, sin rumbo fijo y sin ninguna aspiración, como sus vidas. A Rafa le entraron ganas de mear y se metió entre los arbustos de un parque. No vio que al lado había un parque infantil y había unos niños junto a los arbustos. Uno de aquellos críos gritó:

¡Se le ve la pilila! ¡Al monstruo de la barba larga y el culo gordo se le ve la pilila!

Los padres que estaban en el parque se acercaron corriendo.

¡Eh, tú, gordo pervertido! ¿Qué haces? grito un padre calvo con cara de cabrón.
¿Eres un puto violador de niños, so mierdas? increpó otro de los padres, con gafas de culo de botella, que se lo decía a un arbusto.
¡Te vamos a colgar de las pelotas y te vamos a cortar la pilila, hijo de puta! amenazó una madre choni.

Rafa, que no había terminado la meada, apuntó con su amiguito hacia ellos y empezó a bañarlos en orín amarillento y apestoso de borracho deshidratado.

¡Tomad mi ser, mamones, que sé que os gusta! ¡Bebed la esencia de vuestro Dios Rafa, capullos!

Pronto llegaron más padres con palos y piedras y uno había ido al coche a buscar un bate de béisbol.
Rafa, al ver el percal, echó a correr y los padres, a perseguirlo. Sabía que si lo alcanzaban no saldría con menos de un par de huesos rotos en el mejor de los casos. Gero vio desde lejos cómo perseguían a Rafa y salió corriendo hacia ellos. Rafa corría mirando hacia atrás para ver por dónde iban los padres, no se dio cuenta de que estaba llegando a la carretera y a las seis es hora punta y hay mucho tráfico en la ciudad. Un Opel Calibra naranja que circulaba a 132 km/h (según atestado) embistió a Rafa y lo hizo volar por los aires a más de 40 metros de distancia del punto de impacto. El Calibra naranja frenó mucho más adelante chirriando rueda. Los padres llegaron hasta Rafa, pero ninguno pudo articular palabra. Gero llegó sin aliento y vio a Rafa en medio de un charco de sangre, boca abajo, con la cabeza ladeada y los ojos abiertos...

Gero llegó a casa de madrugada. La tarde en comisaría había sido dura. Fue a la nevera a por una cerveza, pero recordó que Rafa se había bebido la última. Se sentó en el mugriento sofá y, en silencio, miró el reloj. Se había parado a las 6:05 de la tarde...Empezaba a tener resaca.

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