domingo, 14 de febrero de 2016

CRÓNICA CHARLADA DE UNA PIERNA QUEBRADA

Hay tardes en el invierno suave de Barcelona ideales para tomarse una cerveza. Sobre todo cuando un par de días antes ha llovido y soplado el viento, porque deja ese ambiente limpio que hasta gusta respirar o, mejor, inspirar con fuerza.
Estoy ya un poco bastante hasta los cojones de las putas muletas. Cualquier paseo corto se convierte en una odisea, pero la imagen en mi cabeza de una terracita de bar de barrio con una gran amiga, dos cervecitas fresquitas y el despliegue del arte de saber escucharnos, hace que, aun refunfuñando para mí mismo y jurando en arameo por el sobresfuerzo, tenga ganas de llegar aunque sea a golpe de bastón inglés.
-¡Hola, loca!
-¡Hola perraco!
Mua, mua y abrazote osuno.
-Vaya tela -me dice poniendo cara de circunstancias.
-Ya, tía, cosas que pasan. Ces´t la vie. Aunque ya sabes lo que dice nuestra orden: Si te caes y no te levantas tú solo, acabarás restregándote en la mierda...¡Con lo mal que huele!
-¡jajaja! Sí, ¡jodidos votos!
-¿Has pedido ya?
-No, te esperaba. Está currando Juan.
Veo a Juan abriendo una sombrilla.
-¡JUAN, DOS BIRRAS Y ESPABILANDO, QUE NO TENEMOS TODO EL DÍA! ¡Y EN ESTE BAR DE MIERDA HUELE A HUMEDAD, LLEGA EL TUFO HASTA AQUÍ FUERA!!
-¡Hombre, dichosos los ojos! Espera, que me los froto para dar crédito de lo que ven. ¡Pero si tenemos aquí a Barba Roja pata-palo y la bella Casiopea!!
-¡Jajajaja! Y mira, acabamos en un tugurio de mierda. Venga, no te cortes, ese abrazo, ¡bandido!
Juan abraza con fuerza.
-¡Vale ya, coño, que no me voy a liar contigo por fuerte que estrujes, tío moñas!
-Sigues siendo un amor. Y tú, loca, juntándote con éste no aprenderás nada bueno. Pero eso ya lo sabes bien, y, además, con el tiempo que lleva encerrado me compadezco de ti por cómo te va a poner la cabeza. Ahora os traigo las birras. Me alegro mucho de veros, chalaos.
-Oye, Juan, ábrete un quinto para ti detrás de la barra cuando nos traigas las birras.
-Venga, a tu salud.
Al brindar ella y yo, dirijimos la vista hacia dentro del bar y levantamos las cervezas. Juan hace lo propio mientras mira, desde la barra, dos sonrisas amigas y sinceras.
-Bueno, lobo solitario, hace un día estupendo, tenemos tiempo y ésta es sólo la primera birra. Además, la madre de Juan ha hecho hoy tortillón de berenjenas. Va, explícame la historia de esa pierna rota.
-¿Tortillón de berejenas de la señora Adelaida? ¡Óle! Eso son palabras mayores.
-Somos de barrio, guapo. Lo mejor siempre está en lugares sencillos.
Sonrisa cómplice...Tantas veces repetida. Más razón que un Santo. Amén, amiga.
-Pues la tortilla se dio la vuelta en plenas fiestas navideñas. Iba camino del trabajo con la moto una tarde de Domingo y había mucha humedad. Ya sabes cómo se ponen las calles en Barna los días de humedad, que parece que ha llovido y es sólo el suelo sudando. Iba despacio, pisé un paso de cebra, de esos que parece que pintan con pintura de espejo y que habría que encontrar al fiera que se le ocurrió usar ese tipo de esmalte para señalización de calzadas y colgarlo de los huevos en alguna farola de autopista para que se hiciera justicia y que todos lo vieran: ¡Mira, el hijoputa homicida de la pintura de pasos de cebra y señalizaciones-trampa varias!
-Jajajjaja. ¡Qué salvaje eres!
-Sí, salvaje, pero a mí no se me ocurre semejante cafrada. No podría dormir por las noches pensando que mi estupidez va a lesionar, cuando no matar, a gente sin culpa. El tema es que me rompí la pierna y ahí empezó el periplo de mi agonía psicológica. Es el infierno, tía. ¡Ni mear de pie puede uno! Y hay gente que te dice: Pues mea sentado. ¿Mear sentado? ¡Por dios! ¡Mea sentado tú, so omega, que yo no sé!
-Con lo abierta que tienes la mente para unas cosas y lo obtuso que eres para otras...¡Ay Dios! (riéndose a carcajadas)
-Es mi instinto débil masculino, tía. La esencia de la identidad propia metaforeándose en un váter.
-Por supuesto. ¿Qué otra cosa si no?
Juan nos trae otro par de birras y una tapita de tortilla de berenjenas de la señora Adelaida, cortada a cuadraditos con unas rebanas de barra de pa amb tomaquet con aceitito...Virgen extra, que en Casa Juan hay tanta humildad como calidad. Pobres, pero honraos.
-En realidad es duro o, más que duro, frustrante. Cuando siempre has sido autosuficiente e independiente, al menos después de ser niño, es jodido perder la movilidad. Si eres persona activa, te sientes como un rottweiler enjaulado en época de celo. Rabias. No sabes qué hacer. Doce libros me he leído en seis semanas, que hasta me duele la cabeza a ratos de mezclar personajes e historias, y sabes que me apasiona leer, pero acabas hastiando todo. Y eso sabiendo que te vas a recuperar, que es sólo temporal. Una idea te lleva a otra y otra te lleva a otros pensamientos. A pensamientos como preguntarte: ¿y los que no se recuperarán pronto o nunca lo harán? ¿Esa gente qué? Ayer eran “normales”, hoy son tullidos de por vida...Y mañana puedo ser yo el que no tenga tanta suerte, o tú, o él, puedo caerme mucho peor, partirme la crisma y acabar sólo pudiendo mover la cabeza, que, si lo piensas, es más fácil que pueda pasar que que no suceda nunca.
-¡Joder, qué buen rollito das cuando quieres, cabrón! Ya sabía yo que todo no iban a ser risas y proyecciones positivas.
-Las proyecciones positivas son muy relativas; a veces un rollo y casi siempre mentira.
-Sí, justo así, como el tiempo.
-Como el tiempo, ¡exacto! Yo no sería capaz, ni en mil vidas, de haberlo comparado mejor, querida amiga.
Risas. Y la quinta birra por cabeza aterriza en la mesa de manos de Juan, que nos guiña el ojo, junto a una tapa generosa de morros.
-¿Y no has hecho uno de tus estudios de campo?
Sonrío con la cara de cabrón de no poder engañar a quien bien te conoce.
-¡Lo sabía! Con la libretilla de las notas, ¿no? -carcajada en mi cara- ¡Es que eres un puto psicópata de las teorías! A ver ese estudio de campo, cuenta, cuenta...
-Bueno, pues cuando pude apoyar el pie y recuperar cierta, pero limitada, movilidad decidí aventurarme en el metro. Quería experimentar sobre todo dos cosas: cómo se comporta la sociedad con un tullido y cuánto de fácil o difícil es para ese tullido moverse solo por la gran y civilizada urbe contemporánea.Tanto una como la otra, una mierda gorda. Me puse la mochila, cogí mis muletillas y, sin prisas, descendí al inframundo urbano. Tres veces me vi en la situación de entrar en un vagón lleno y las tres veces fueron “panchitos”, esos que vienen a robar el trabajo y comportarse como si vivieran en la selva, los ÚNICOS que me cedieron su asiento. Y no cedérmelo sólo, sino, además, hacerlo entre mil sonrisas afectivas y casi agradeciéndome el que estuviera impedido para poderme ayudar desinteresadamente...¡Qué gente más salvaje!, no como los autóctonos que no te ven, o no te quieren mirar porque sentadito se va muy a gustito. En otra estación, un viejo se puso a blasfemar contra el grupo de personas(personas por llamarlos de alguna manera), curiosamente todos autóctonos, que esperaban el ascensor que te lleva del andén al vestíbulo. Les llamaba la atención por no dejarme pasar primero. Le dije que no se preocupara, que no tenía prisa. Los dos nos quedamos solos esperando el próximo ascensor y charlando. Tenía setenta años que no lo parecía, y le asqueaba la humanidad por comportamientos como aquellos. Me dijo que se se llamaba Julián y Julián me cayo bien, creo que yo a él también. Conversaciones de cinco minutos que gracias a la libretilla de notas me costará olvidar.
-Libretilla de notas que quitas el pecado del mundo, ¿quién te heredará?
-Cabrona irónica que te burlas hasta de tu sombra, ¿por qué no se te puede odiar?
Ojos en blanco. Pestañeo burlón. Risas...
-¿Y no hubo experiencia positiva?
-Sí, una, cuando iba analizando la otra cuestión, la de la movilidad que ofrecen las infraestructuras suburbanas barcelonesas. Tenía que hacer el transbordo de Maragall, de la línea azul a la amarilla. ¡Vaya mierda de transbordo! Una estación que para empezar parece de la Segunda Guerra Mundial en el 45 en Berlín, oscura, llena de escaleras, hasta para superar una viga gorda, porque se ve, hay cuatro escalones que bajan y, cinco metros después, cuatro que suben. Una aberración para la movilidad fruto de algún ingeniero o arquitecto o lo que sea el lerdo que diseña ese tipo de parches cutres. A medio transbordo habían dos jipis barbudos tocando Sultans of swing de Dire Straits. Al verme llegar muleteando con paso lento, acelereraron el ritmo. Al llegar les eché una moneda y nos sonreímos, sin intercambiar palabra, pero entendiéndonos. Mientras me alejaba, ajustaron la canción a mi ritmo. Fue guay, tía, me moló.
-Sé que te moló. Y sé que te moló más que si te hubiera tocado la lotería.
-¿Para qué queremos elementos como nosotros que nos toque la lotería, loca?
-¿Para sufrir la desgracia de dejar de saber ser?
-Jejejej. Sí, justo para eso. Lo dicho: no se te puede odiar aunque uno quiera.
-Es que soy un amor y lo sabes -me saca la lengua. ¿Un pulpo a la gallega?
-Venga, ¡dale!
El pulpo llega con una botellita de turbio gentileza de la señora Adelaida. Dice que el pulpo o se riega bien o no se come. La tarde cae y la señora Adelaida y Juan ya se van para casa. El sobrino de Juan es quien se queda en el bar las últimas horas y cierra. Conseguimos que Juan se quede un rato con nosotros y el turbio ,y que la señora Adelaida haga un brindis a cuatro antes de recogerse.
-Bueno, ¿y de qué habáis, tunantes? -pregunta Juan.
-¿Hablamos? Yo sólo como, bebo y escucho. ¿Es que no lo conoces? Sólo habla él.
Juan se ríe, me mira y le dice:
-¿Es que no lo conoces tú? Es cansino por naturaleza.
-¡Perros judíos! El día que os estéis ahogando, os pisaré la cabeza.
-¡Claro, claro! El día que nos estemos ahogando, si estás a un kilómetro, harás el record mundial sólo por salvarnos, ¡chulito de mierda! Y lo sabes. (qué jodidamente encantadora es cuando se pone vacilona)
-Es verdad, para qué nos vamos a engañar. Pero tú no te lo creas mucho por si acaso, bonita de cara. Que a lo mejor se me queda la pierna tullida y con toda la buena voluntad nos ahogamos los tres.
Me vuelve a sacar la lengua pero sus ojos la delatan. Es imposible, en esta vida y en otras mil, poder ni siquiera disimular ese cariño de fragua que nos tenemos.
-Bueno, ¿que de qué hablabais? -repite Juan.
-De la condición humana.
Ella suelta otra carcajada.
-Ya te digo que parece que no lo conozcas. El expone su particularmente enferma visión del mundo y tiempo que nos ha tocado vivir y los demás lo escuchamos y nos reímos.
-¡Qué perra mala y sarnosa eres!
Juan se ríe:
Al menos habré llegado a tiempo para la conclusión o reflexión, ¿no?
-Sí, a eso sí. Creo que el master and commander estaba a punto de hacerla. ¡Ah! Y dile a tu madre que este pulpo está de muerte.
-Es una crack la abuela, ¿eh?
-¡Muuuuy crack! Santa señora Adelaida que conoce las recetas de los manjares del mundo...
-Master and commander no, perdona, verbo bonito, pero corsario sin patente de corso me pega más.
-Sin patente de corso, pero con pata de palo -dice Juan.
-Venga, va, termina la historia quebrada, no me dejes como a tus amigas, a medias.
-¿Mis amigas?, ¿a medias, guapa?...
-¡Venga, va, no le repliques, picajoso de los cojones! Concluye. -sentencia Juan.
-Bueno, la reflexión/conclusión de la experiencia está en el gimnasio de los tullidos. El gimnasio de los tullidos es como llamo al gimnasio de recuperación de la mutua. Una sala parecida a un gimnasio convencional, pero lleno de máquinas más dignas de frankesteins que de personas, y en vez de deportistas hay tullidos. Algunos intentan recuperar la normalidad y otros, construirse una nueva. El otro día vi entrar a un chico, más o menos de mi edad, en silla de ruedas. Le habían amputado una pierna a la altura de la rodilla por un accidente de moto. No se le veía ni una pizca de amargamiento. Entrenaba con intensidad y se movía con soltura. No pedía nada a nadie y se veía en su cara, en todo él, que su vida no había terminado, que sólo había cambiado, ni a mejor ni a peor, a otra cosa, a algo diferente. Me lo quedé mirando entrenar...Y qué gusto dar ver a alguien que no se rinde, que no entiende esa palabra. Sabes que seguirías a ese tío sin una pierna, sin dos o aunque le hubieran amputado todas las extremidades. La fuerza de voluntad y de convicción no necesita brazos ni piernas, necesita ganas, sólo eso. Y sabes que a una persona como ésa, a un portento bestial de la naturaleza como ése, lo seguirías a cualquier sitio porque a cualquier sitio que te llevara sería bueno. Sientes el respeto y la admiración por alguien de una manera tan intensa y sincera que al principio hasta duele, pero mola. En el fondo llena el alma. Es, de alguna manera, una cura de humildad. Te das cuenta de lo mucho que tú, mucho más que él, necesitas a otros para cosas normales como hacerte algo de comer y poder llevarlo a una mesa. Agradeces hasta que te abran una puerta, y no todo el mundo lo hace...No todo el mundo lo hacemos cuando estamos bien, que parece que se nos vuelve invisible todo lo que nos rodea y no nos interesa si requiere el más mínimo esfuerzo, y no digamos empatía. Tomas conciencia, quieras o no, de lo mucho que tenemos cuando estamos bien de salud, cuando tenemos simplemente lo normal, lo habitual, lo que nos viene de serie. Y que con sólo eso, con lo básico, puedes llegar a ser todo lo que quieras o se te ocurra. Sólo hace falta lo que tiene el tío del gimnasio de los tullidos, ganas.
La noche cae en nuestro querido barrio barcelonés, refugio de la orden del haz lo que te salga de los huevos sin molestar a los demás. Nos despedimos de Juan y ella y yo caminamos juntos un par de calles, hasta el merdado. En la esquina nos separamos y otro abrazo osuno llena la calle.
Dos calles más me faltan para llegar a casa, a paso muletero diez minutos. Son las once y mientras camino concentrado mirando al suelo para ver por dónde piso, voy pensando que en un par de semanas ya no necesitaré muletas, pero estoy seguro de que nunca podré dejar de necesitar verme a mí mismo en los demás, por duro que sea, y compartirlo con los míos, con los que creo que me comprenden de alguna manera. ¿Cómo si no se puede intentar entender el mundo que te rodea?

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