Al sentarme, capta mi atención un niño
pequeño que tengo enfrente, debe tener unos cinco años. Va
acompañado por una chica con acento brasileño que da la sensación
de ser su niñera. Juegan a algo con las manos y lo trata con cariño.
Tiene los ojos achinados y el pelo lacio. Prácticamente no articula
palabra, sólo sonidos, pero se comunica bien con gestos y manos.
Presenta los rasgos típicos de la trisomía del par 21 o síndrome
de Down.
Llegamos a la siguiente estación y
entra un grupo de niñas que vienen del cole. Deben tener alrededor
de siete años y van acompañadas de una mujer que parece la madre de
una de ellas. Son cinco niñas graciosas y curiosas, van hablando
entre ellas y riendo. El niño se las queda mirando, ellas lo
advierten y hacen lo mismo. Niño y
niñas se observan en silencio durante un rato. Entonces, el niño extiende su manita y se la ofrece a la niña que está más cerca. Las cinco niñas
sonríen a la vez, como todos los adultos que contemplamos la escena,
y una tras otra van estrechándole la mano. Una de ellas dice, saliéndole de su infantil alma, ”¡Qué mono!”.
Se queda libre el asiento de al lado del niño y éste le hace un gesto a una de las niñas (da unos
golpecitos con la mano indicándole que se siente a su lado y luego
junta sus pequeñas palmas delante de la boca, pidiéndoselo con el gesto universal del por favor). La niña lo entiende al instante y se sienta; las otras se
acercan y hacen corrillo. El niño se gira hacia la chica
con acento brasileño y empieza a jugar a lo que jugaban antes, pero
se va girando y sonriendo a las niñas, que no pierden detalle. Deja
de jugar con la chica, se gira hacia las niñas y empieza a jugar con la que está sentada a su lado. Repiten los movimientos sin fallo
alguno. Niñas y niño ríen... Todo el vagón sonríe.
A alguno de los espectadores de la
escena, me incluyo, nos cuesta reprimir cierta emoción. Se ponen los
ojos vidriosos, pero no por pena. Nadie tiene que explicar la escena,
no hacen falta pensadores, ni teorizadores ni mamarrachos del estilo. Está
ahí, delante nuestro: Unos niños se han encontrado, han valorado sus diferencias, las han aceptado, se han entendido y
ahora juegan y ríen. Sin reproches, preeminencias, envidias ni
vanidades. Sólo ríen y juegan.
Llega mi parada. Me bajo mientras miro
cómo siguen jugando al curioso juego de manos. Las puertas del vagón
se cierran y el silencio de estación calla las risas de niño. Me
quedo mirando el túnel, viendo cómo desaparece la cola del metro que
lleva el vagón de la esperanza y pienso que me gustaría mucho
volver a cruzarme con ese niño... Quizá en un futuro mejor.
1 comentarios:
Me ha gustado mucho.
atentamente,alguien que te debe un barril de vino.
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