jueves, 25 de febrero de 2016

VAGÓN ESPERANZA

Al sentarme, capta mi atención un niño pequeño que tengo enfrente, debe tener unos cinco años. Va acompañado por una chica con acento brasileño que da la sensación de ser su niñera. Juegan a algo con las manos y lo trata con cariño. Tiene los ojos achinados y el pelo lacio. Prácticamente no articula palabra, sólo sonidos, pero se comunica bien con gestos y manos. Presenta los rasgos típicos de la trisomía del par 21 o síndrome de Down.

Llegamos a la siguiente estación y entra un grupo de niñas que vienen del cole. Deben tener alrededor de siete años y van acompañadas de una mujer que parece la madre de una de ellas. Son cinco niñas graciosas y curiosas, van hablando entre ellas y riendo. El niño se las queda mirando, ellas lo advierten y hacen lo mismo. Niño y niñas se observan en silencio durante un rato. Entonces, el niño extiende su manita y se la ofrece a la niña que está más cerca. Las cinco niñas sonríen a la vez, como todos los adultos que contemplamos la escena, y una tras otra van estrechándole la mano. Una de ellas dice, saliéndole de su infantil alma, ”¡Qué mono!”.
Se queda libre el asiento de al lado del niño y éste le hace un gesto a una de las niñas (da unos golpecitos con la mano indicándole que se siente a su lado y luego junta sus pequeñas palmas delante de la boca, pidiéndoselo con el gesto universal del por favor). La niña lo entiende al instante y se sienta; las otras se acercan y hacen corrillo. El niño se gira hacia la chica con acento brasileño y empieza a jugar a lo que jugaban antes, pero se va girando y sonriendo a las niñas, que no pierden detalle. Deja de jugar con la chica, se gira hacia las niñas y empieza a jugar con la que está sentada a su lado. Repiten los movimientos sin fallo alguno. Niñas y niño ríen... Todo el vagón sonríe.

A alguno de los espectadores de la escena, me incluyo, nos cuesta reprimir cierta emoción. Se ponen los ojos vidriosos, pero no por pena. Nadie tiene que explicar la escena, no hacen falta pensadores, ni teorizadores ni mamarrachos del estilo. Está ahí, delante nuestro: Unos niños se han encontrado, han valorado sus diferencias, las han aceptado, se han entendido y ahora juegan y ríen. Sin reproches, preeminencias, envidias ni vanidades. Sólo ríen y juegan.

Llega mi parada. Me bajo mientras miro cómo siguen jugando al curioso juego de manos. Las puertas del vagón se cierran y el silencio de estación calla las risas de niño. Me quedo mirando el túnel, viendo cómo desaparece la cola del metro que lleva el vagón de la esperanza y pienso que me gustaría mucho volver a cruzarme con ese niño... Quizá en un futuro mejor.



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho.
atentamente,alguien que te debe un barril de vino.